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Congresos

XIX Congreso de la Internacional Socialista, Berlín

15-17 de septiembre de 1992


DECLARACION SOBRE LA SOCIAL DEMOCRACIA EN UN MUNDO EN CAMBIO

  

Nos hemos reunido en Berlín un símbolo de los cambios por los cuales los socialistas democráticos estamos luchando en el mundo entero: la transición pacífica de un régimen autoritario hacia uno democrático y la erradicación de las barreras que impiden que los pueblos se unan en una causa común. La división de Berlín, de Alemania y de Europa se ha superado tras las demandas de sus pueblos en favor de la libertad, por la incapacidad de los regímenes represivos de responder a las necesidades económicas y sociales y gracias a la solidaridad internacional. Hoy, el desafío es el de salvaguardar lo que se ha conseguido y de asegurar que la libertad y la promesa de una vida mejor se conviertan en una realidad para todos los pueblos del mundo.

Nosotros sabemos que todavía quedan muchos obstáculos por delante y que aún hay también otros nuevos y enormes retos a los que tendremos que enfrentarnos en un mundo cada día más interdependiente. Nuestros valores fundamentales, sin embargo, permanecen inalterables. En aras de los principios que inspiran a la Internacional Socialista, de libertad, de solidaridad y de democracia con justicia social, seguiremos luchando por un mundo, un solo mundo, donde todos vivamos en paz y en armonía con la naturaleza.

 

La libertad y la democracia

Nos alienta el hecho de que la democracia está ganando terreno en todo el mundo: una década de redemocratización en América Latina; de elecciones libres en los países de Europa central y oriental; así como de avances en Asia y Africa hacia unos gobiernos democráticos.

Sin embargo, los reveses sufridos nos preocupan: la violencia que se vivió en la Plaza de Tianamen; los carros de combate en las calles moscovitas durante el golpe militar que afortunadamente fue frustrado; la continua represión y la falta de respeto a la voluntad del pueblo birmano; el golpe de Estado contra el Presidente libremente electo en Haití; el recrudecimiento de la violencia que amenaza con hacer descarrilar el proceso de reforma puesto en marcha en Sudáfrica; el intento de golpe contra el gobierno democrático en Venezuela y la recaída de Perú en un régimen autoritario; así como tantos otros ejemplos. En demasiados países no se están respetando los derechos humanos y los demócratas están siendo hostigados, encarcelados y asesinados.

Hacemos un llamamiento a todas las fuerzas democráticas a que se opongan activamente a los regímenes dictatoriales. Más allá de todas las fronteras entre los partidos y los Estados, los demócratas tienen que prestar un firme respaldo a los movimientos democráticos que luchan por las libertades fundamentales y por un gobierno responsable. Los partidos de la Internacional Socialista seguimos sintiéndonos comprometidos con la solidaridad activa y estamos dispuestos a hacer frente común con otros partidos democráticos en cualquier lugar del mundo para defender tanto la capacidad de los pueblos para elegir libremente, como el pluralismo democrático basado en el sufragio universal.

Las jóvenes democracias en los países en vías de desarrollo están amenazadas por las antiguas elites militares y económicas y por la frágil situación en la que se encuentran sus instituciones democráticas. El aplastante peso de la deuda, los insuficientes flujos de ayuda externa y las desfavorables condiciones para la actividad exportadora amenazan con prolongar la crisis económica que les ha sido legada a los nuevos gobiernos democráticos.

Y, aunque las reformas económicas necesarias son difíciles de realizar, hay que desarrollar programas sociales para paliar los desequilibrios económicos. Al respecto, la Internacional Socialista tiene que seguir adelante instando a los países industrializados para que éstos presten una ayuda suficiente y oportuna al desarrollo.

En Europa del Este, las nuevas democracias están enfrentando unos retos formidables. Ellas tienen que realizar la transición, sin precedentes, de una economía centralmente planificada a una de mercado y se las tiene que apoyar para que construyan unas instituciones legales y administrativas que garanticen la justicia social y la protección del medio ambiente.

El establecer una cultura democrática es una tarea igual de formidable. Hoy vemos que están proliferando los partidos y que se utiliza un lenguaje político confuso -los comunistas de antaño se califican a sí mismos de demócratas o socialistas, por ejemplo- y, además, observamos un ampliamente difundido escepticismo frente a la política en general. Quizás, la amenaza más peligrosa parte de las antiguas elites que tenían el poder y que, explotando la incertidumbre que conlleva el proceso de transformación y utilizando una retórica populista y nacionalista, intentan recobrar una posición autoritaria. A pesar de que los socialdemócratas son los que más han sufrido bajo el comunismo, ellos están teniendo que volver a soportar hoy un peso considerable. En este período de turbulencias, nosotros tenemos que redoblar nuestra solidaridad con los partidos socialdemócratas, los sindicatos y los movimientos cívicos que compartan la visión y los valores de la Internacional Socialista.

La intolerancia y la ignorancia también son una grave amenaza para la democracia. Nos preocupan las tendencias nacionalistas cada vez más intensas, la pérdida de respeto mutuo entre los bandos políticos opuestos y el desvanecimiento de la confianza pública frente a las instituciones democráticas, incluso en las más maduras de las democracias. Los socialdemócratas tienen que poner de manifiesto que el verdadero propósito de la política es el de mejorar la condición humana y que la política no es un mero juego de poder sino un servicio público que inspira confianza.

 

Un enfoque en la justicia social

Los socialdemócratas han sido la fuerza motriz detrás de la constitución de estructuras de seguridad social. Hoy, sin embargo, ya no nos podemos dar por satisfechos, si nos fijamos en las fuerzas ultra liberales que amenazan con socavar los logros históricos del movimiento laboral. Los efectos extremados de la desregulación de los mercados han desembocado ya en una distribución todavía más injusta de los ingresos y de las oportunidades de empleo, así como en una mayor concentración del capital. El supuesto encanto del mercado ha provocado un aumento de los niveles de desempleo y ha aumentado aún más también el ya alto número de empleos a bajo salario.

Los mercados son, desde luego, indispensables para unas fuentes eficaces de recursos económicos, pero también hay que ver que las fuerzas del mercado también exigen una regulación básica para que la competencia sea justa. Puesto que una regulación a escala nacional ya no puede servir para controlar unos mercados de envergadura mundial, necesitamos urgentemente un marco internacional que asegure una competencia más justa en un mercado mundial. El GATT podría desarrollar un marco legal e institucional de ese tipo, pero esa organización todavía no está en condiciones de imponer ni un régimen de justicia en el comercio ni tampoco el respeto de los derechos sindicales. El proteccionismo no es justo, como tampoco lo es una competencia desleal con las prestaciones sociales. Nosotros nos oponemos a ambas prácticas, mientras que el liberalismo económico no se fija, en absoluto, en el aspecto social de la cuestión.

Un juego económico justo no puede prescindir de la política social, ya que en los mercados desregulados no hay una ''mano invisible'' que asegure la igualdad de oportunidades y la justicia social. También se necesitan unos sindicatos fuertes para contrarrestar el poder del capital y ambos, los sindicatos y el capital, precisan la defensa jurídica y el apoyo del gobierno para poder realizar una sociedad equilibrada. La justicia social implica unos niveles más altos de la democracia económica en todos los sectores de la producción de bienes y servicios, desde el taller y la fábrica hasta los niveles regionales y nacionales más altos.

Nuestro enfoque, basado en los aspectos sociales de las políticas que afectan a las fuerzas productivas, es ciertamente menos costoso para la sociedad que la confianza conservadora en las panaceas monetaristas. Los socialdemócratas sabemos que, por un lado, hay que mantener la inflación en unos niveles bajos, pero, por otro lado, también sabemos perfectamente que los altos tipos de interés no hacen más que disuadir a los inversores, resultando en unos niveles de desempleo aún más altos y produciendo lagunas en la ''red de seguridad'' que es la Seguridad Social para quienes tienen o no tienen trabajo, o están enfermos o bien pertenecen a la tercera edad. Una inversión en recursos humanos por medio de unos programas para la salud, unos servicios sociales y unos salarios justos es más productivo que una política monetaria a corto plazo.

Los socialdemócratas y el movimiento laboral se sienten comprometidos con la eficacia económica como también con la justicia social. Nuestros países necesitan un consenso social que establezca unos criterios justos para los salarios y las condiciones de trabajo, así como para la distribución de la riqueza y de los ingresos. La reducción de los niveles de desempleo ha de tener la máxima prioridad en ese orden. Los esfuerzos desplegados por el individuo a fin de adaptarse a los mercados laborales tienen que estar acompañados de un esfuerzo público para crear nuevos empleos.

La enseñanza y la formación profesional son elementos esenciales para el aseguramiento y el aumento de los niveles de empleo y para lograr la igualdad de oportunidades en un mundo cuyas tecnologías y estructuras están cambiando profundamente. La enseñanza es tan esencial para los jóvenes como para los adultos en cualquiera de las fases de su vida, ya que el saber es la clave para la innovación, la responsabilidad social y la participación activa en una sociedad moderna. Tiene que haber una igualdad de oportunidades de formación para el hombre y la mujer de manera que podamos superar los desequilibrios específicos en el mundo del trabajo. La democracia social defiende el derecho de enseñanza para todos, independientemente del orígen familiar o de la riqueza personal.

El estímulo del crecimiento económico nacional se ha considerado como uno de los medios para alcanzar una productividad más alta, un mercado mayor y unos niveles de empleo más altos. Pero, si bien esos objetivos siguen en pie como tales, también es verdad que el crecimiento económico no puede ser un propósito sin restricciones. Las tasas de inflación y de imposición, el riesgo de la fuga de capitales y las consideraciones ecológicas también se deben tener en cuenta. En unas condiciones de dura competencia internacional y, a veces, desleal, todos los países tienen que enfrentarse hoy a la compleja tarea de llegar a un desarrollo sostenible, respondiendo, al mismo tiempo, a las necesidades del momento, pero sin poner en peligro las perspectivas de nuestras futuras generaciones. La calidad y la sostenibilidad del crecimiento, así como la distribución equitativa de los beneficios son los parámetros para medir a una sociedad moderna. A ese reto sólo nos podemos enfrentar de manera internacionalmente concertada y nunca cada país individualmente.

En nuestro mundo -que hace frente a los problemas del crecimiento demográfico, la pobreza endémica, el desempleo y el riesgo de que las fuerzas de la tecnología, las finanzas y la comunicación electrónica releven al potencial que reviste la democracia acerca de la conformación de nuestro porvenir-, no hay otra alternativa que la de una fuerte cooperación internacional que estribe en la solidaridad con las generaciones presentes y futuras. Instamos a todos los países industrializados que no lo hayan hecho todavía, que adopten sin más retraso el objetivo establecido por las Naciones Unidas de asignar un 0,7 por ciento de su PNB a la ayuda al desarrollo.

 

El fortalecimiento de la cooperación y la solidaridad internacional

Considerando los cada vez más estrechos márgenes de maniobra que tienen los Estados individuales en un mundo progresivamente interdependiente, la cooperación internacional y regional es crucial para lograr la paz, promover el desarrollo y proteger el medio ambiente. La seguridad nacional tiene que basarse en un mancomunado esfuerzo para la seguridad de todos. Por eso es que nosotros respaldamos con rigor las estructuras regionales de seguridad y todos los esfuerzos que se desplieguen en favor de una seguridad colectiva centrada en las Naciones Unidas. Nosotros tenemos que desarraigar las causas de los conflictos y de las tensiones e incorporar los elementos económicos, sociales y demográficos en una nueva más amplia concepción de la seguridad. Tenemos también que desarrollar y fortalecer el papel de las Naciones Unidas y de las organizaciones regionales. Además, hay que dotar a las Naciones Unidas de suficientes recursos para que así puedan asumir su creciente responsabilidad.

El final de la Guerra Fría ha creado unas amplias oportunidades y unos nuevos objetivos para la cooperación regional e internacional. Ahora que la confrontación ideológica y militar está superada, los gobiernos, el mundo de los negocios, los sindicatos y las organizaciones voluntarias tienen que centrarse en tender puentes para superar las brechas socioeconómicas entre el Norte y el Sur, así como entre el Este y el Oeste. Los países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo) tienen ahora las mejores oportunidades y la mayor responsabilidad al respecto. La preocupación ecológica común y el reto de las migraciones a gran escala exigen el aumento del apoyo financiero y técnico para los países en el Sur y en el Este.

El dividendo de paz podría proveer ahora un margen financiero suficiente para reforzar esa ayuda. Los países receptores, que mantengan un alto presupuesto militar, tienen que estar dispuestos a que su orden de prioridades sea revisado por los países que los apoyan.

El FMI y el Banco Mundial se han convertido en auténticas instituciones mundiales, pero tendrán que hacer algunas reformas para poder reflejar mejor los principios democráticos y equilibrar más eficazmente los intereses entre los pobres y los ricos. Además, esas dos organizaciones también tienen que hacerse más sensibles a los efectos sociales de las exigencias del ajuste económico.

Hoy día estamos presenciando un nefasto renacimiento del nacionalismo y del fundamentalismo, lo que tiene unos efectos de detrimento en la cooperación pacífica. El fortalecimiento de las instituciones democráticas a nivel nacional y la cooperación entre los países a nivel internacional pueden contribuir a paliar las amenazas que conllevan esas tendencias desfavorables.

Si bien la Cumbre Mundial de Río de Janeiro representaba un progreso iluminado en la cooperación mundial, también hay que reconocer que esa Cumbre no ha sido sino un primer paso para abordar una crisis que se vislumbra con unas dimensiones potencialmente catastróficas. Al mismo tiempo, las tragedias humanas en Somalia y en lo que era antes Yugoslavia ponen de relieve que la comunidad internacional tiene que reforzar sus mecanismos para hacer frente a este tipo de crisis.

Un liderazgo visionario y eficaz, así como un esfuerzo concertado mucho más intenso es lo que se necesita si queremos establecer un orden mundial basado en la seguridad global, la responsabilidad compartida y la cooperación internacional. La Internacional Socialista, en un espíritu de solidaridad que es la gran fuerza de nuestro movimiento, sigue sintiéndose comprometida con esta tarea.